Cocina para tiempos de crisis: cómase al gato

Si hombre, no se escandalice, lo que hoy le proponemos es comerse al gato, una costumbre tan antigua como vieja es el hambre y quizá más frecuente de lo que parece porque ¿a quién no le han dado alguna vez gato por liebre? Vamos que no se le pueden hacer ascos a guisos gatunos cuando luego en el súper nos dejamos llenar el carro con montañas de esos productos que los dietistas y bromatólogos hoy clasifican como compuestos alimenticios y no como alimentos propiamente dichos. Y es que desde que sustituimos granjas y cocinas por plantas químicas seguro que comemos muchísimos más gatos que liebres, gatos de marcas blancas, claro, y por lo que estamos viendo, si el ingrediente proviene de China encima el gato será tóxico…

Gato mosqueado

Gato mosqueado

Bien, convenido ya que el gato es bueno para comer y que más vale estofado de gato que hamburguesas de liebre, veamos ahora como hay que proceder con el minino antes de echarlo a la cazuela porque, aunque no lo parezca y por muy de confianza que resulte ser el candidato al adobo, hay que seguir una preparación básica indispensable para llevar a buen puerto guiso tan singular. Tal vez sea por aquello de que los gatos pueden ver el plano astral o puede que sea por eso de tener siete vidas pero, a diferencia de su alter ego la liebre, no es tan fácil cocinar un gato como pudiera pensarse.

Las artes guisanderas apropiadas al gato las aprendí de Pablito un indigente de Peñarroya-Pueblonuevo que, en años aún más duros que estos, iba a almorzar a un comedor social cercano a mi casa. Pablito y su hermano eran pobres de solemnidad aunque, por locuaz y trapacero el uno y por calabazón el otro, realmente de solemnes solo tenían la pobreza. Eran, si, indigentes pero no mendigos como los hoy tan al uso aunque aceptaban de buen grado que cualquiera les pagase un trago en la vecina taberna del Cipotillo. Se contaba que estos hermanos tuvieron en tiempos cortijos y capitales que se quedaron sobre los tapetes de las mesas de juego del barrio chino de Pueblonuevo del Terrible cuando, en los felices tiempos de entreguerras, los sábados corría el champán, el dinero de los mineros y, a lo que parece, las tierras de los señoritos.

Fuese cual fuese el proceso por el que Pablito ingresó en la pobreza, no cabe duda de que fue un consumado artista de la miseria y perito en remedios de urgencia como este de embucharse al gato. Experiencia en esto del gato sin duda la tenía pero sospecho que también, mucha afición. Según Pablito, una vez muerto el gato era muy importante deshacerse de la cabeza que no debía entrar en contacto con el resto del cuerpo. Después había que despellejarlo, vaciarlo y, muy importante, quitarle una especie de pegote de grasa que, según él, tienen estos animales entre las paletillas y que si no se quitase contaminaría todo el guisote. Después es necesario envolver el cadáver gatuno en un lienzo y así amortajado enterrarlo por un día y una noche. Pasado este tiempo ya estarán las felinas carnes listas para recibir la preparación que queramos darles. Muy probadas deben estar estas técnicas pues con el tiempo descubrí que estos consejos que el pobre Pablito, analfabeto total, daba eran exactamente los mismos que en 1477 el celebrado Ruperto de Nola, cocinero del rey Fernando de Nápoles, exponía en su Libro de guisados, manjares y potajes no siendo creíble que Pablito tuviese noticia alguna del tal Ruperto…

Gato con verduras

Sostenía Pablito que como mejor resulta el gato es asado en un buen fuego al aire libre, receta propia de inopes y vagabundos metidos a cocineros: espetado el gato en el asador a la vez que se va volteando sobre el fuego y, sin olvidar espolvorearlo con sal, se va untando con aceite, ajo machacado y un buen puñado de hierbas como tomillo, romero y orégano recogidas por allí mismo para que disfracen el áspero tufillo de los gatos campesinos. El asado estará listo cuando la corteza esté dorada. Parecida a esta preparación por su rusticidad, pero propia de gente de más asiento como cortijeros y rabadanes, es el gato al ajillo el cual comenzaremos poniendo en una cazuela de barro un buen chorretón de aceite y un puñado de ajos que dejaremos confitar muy lentamente entre los rescoldos de la chimenea. Listos los ajos los retiramos y en este aceite, arrimando más la cazuela a las ascuas, pasaremos el gato troceado y salpimentado hasta que quede doradito y crujiente momento en que lo salpicaremos con una vinagreta hecha de aceite, ajo machacado, el zumo de un limón y un poco de perejil picado. Dejamos rehogar la carne unos minutos más y se sirve con patatas asadas también entre las ascuas de la candela.

Éstas son recetas especialmente adecuadas por su simplicidad primigenia para aviar a gatos campesinos, esforzados cazadores de ratones y pajarillos, cuyas prietas carnes quedan muy afinadas por el ejercicio. Sin embargo, a la hora de guisar un gato doméstico, como sin duda será su caso lector amable, la vida muelle y sin sobresaltos que llevan estos mininos y los alquímicos piensos de que se alimentan vuelven sus carnes insípidas y aguanosas. Así, lo más indicado para procesarlos será aplicarles la afamada, antigua y muy pía caldereta de gato de resultados garantizados. Para ello, una vez desenterrado y troceado el felino doméstico dispondremos una cebolla en juliana, unos ajos sin pelar cachados en dos, unos tomates en rodajas, algún pimiento en tiras y unas patatas partidas groseramente. En el puchero vamos alternando puñados de verduras con otros de carne, añadimos una taza de aceite, media de vinagre, un buen vaso de vino blanco y cubrimos con agua. Salamos y añadimos pimienta y un ramillete de hierbas aromáticas. Con poco más de una hora que la caldereta cueza pausadamente y con tino no habrá liebre que a este gato alcance.

-Y, dígame don Sabelotodo, -inquiere un lector amoscado- si por mor de la crisis me tengo que comer al gato ¿cuál habría de ser el aperitivo?

-Está claro amigo mío, de aperitivo cómase usted al canario…

 Francisco J. Aute

 A modo de postdata: Si es usted, lector, persona sensible a quien la crisis aprieta y ahoga pero aún así se sentiría más que caníbal por estofar a su propio gato… ¡No lo dude! Actúe como haría cualquiera de nuestros políticos:  jure que nunca ha pensado en almorzarse al gato y cómase sin miramientos el gato de su vecino,  luego niegue la mayor y acuse  rotundamente a otro vecino de rellano y a la herencia recibida.

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