Atrévete con esto

Steak tartar

Steak Tartar, o sea: carne cruda

Esta es la página donde pongo aquello que me parece más difícil de cocinar, más atrevido o más exótico para nuestras ya algo acorchadas tragaderas carpetovetónicas. ¡Ojo que no me refiero a consumar burradas tales como la de entrar a un Mac o un Burguer y comerse un puerco-maxi-menú por tres euros o algo de eso! Ni si quiera lidiar con los productos del falso coronel no-se-quien que no se si prepara pollos al estilo de Kentuky o sencillamente es el Rey del Pollo Frito como Ramoncín lo era de la SGAE.

aquello a lo que hay que osado o más  algo así como un reto culinario, bien por la complejidad del condumio a preparar, bien por su rareza (que igual podría ser por una extrema simplicidad cavernícola), bien por su exotismo.

No quiero decir que aquí haya sólo cosas imposibles de cocinar por su complejidad pero si que hay algunas con las que partirse la cabeza, echar humo por las orejas o, directamente, tirar la manufactura que tenemos entre manos directamente a la basura y empezar de nuevo o, después de sollozar un poco (también puede jurar en arameo) dedicarse a otra cosa por ejemplo alguna de las del apartado de ‘Para salir del paso’.

Veamos, ¿sería usted capaz de engullir un steak tartar, es decir, un buen plato de carne cruda con más o menos aliños y guarnición como si fuese un Tarzán cualquiera? Igual vale para el cebiche o cualquiera de los tartares de lo que sea que ahora tanto abundan. Ya sabemos que hay gente a la que no se le puede hacer entrar a un restaurante japonés para degustar un sushi o un sashimi moriawase ni con banderillas de fuego, pero ¿quién no se come luego unos boquerones en vinagre que no es sino una forma más de cebiche pero hidalga y española? Eso por no hablar del jamón serrano que no es sino un pierna de cerdo semimomificada…

Picante, picante

Picante, picante

Y ya que hemos citado las banderillas de fuego dígame: ¿cómo se lleva usted con los picantes? Lo normal hasta ahora ha sido que estos hayan sido suavitos, moderados y que comerse, por ejemplo, una morcilla achorizada picante ya fuese ponerse al límite de la civilización, pero las cosas no siempre han sido así y antaño el picante, además de ser cosa de machos, era un tanto indispensable en las duras jornadas campesinas donde se trabajaba en olivares y descampados entre temperaturas por debajo de cero y, quieras que no, el picante y el orujo eran un refuerzo al combustible en tan duros trabajos, pero que en las últimas décadas fueron perdiendo picante e importancia y los platos tradicionalmente picantes, como unos buenos callos, se suavizaron para nuestros nuevos paladares de señoritos primermundistas. Un ejemplo más: la fabada, la buena fabada de Asturias y alrededores de toda la vida de Dios, hagamos si no a los más viejos montañeses y vaqueiros rebuscar en la memoria… Digo que la fabada siempre fue de temple algo bravío cosa que agradecían los gaznates chapados de acero de aquellos campesinos y mineros que la consumian a diario salvo fiestas y domingos. Pero hoy, la fabada, con todo su poder XXX capaz de parar un tren en seco ya no incorpora la clásica ración de guindilla y sólo en los sitios más, no puristas sino más bien nostálgicos, junto al plato de fabada te ponen un bote de salsa de Tabasco por si un acaso tu eres de los que sueltan una lágrima cuando tu cerebro reptiliano, tras la primera cucharada de una fabada aliñada como está mandado evoca mil infancias y lugares .

Bueno los ejemplos serían miles y los bretes en que podríamos poner al arriesgado comensal inagotables. Ahí van unos cuántos de ellos, y si a usted lector amable se le ocurre algo ad hoc o se ha visto alguna situación de gastronómico apuro no deje de contárnosla que la subiremos aquí con mucho gusto y refocile.

Francisco J. Aute

– El gulash húngaro

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