Pepitoria de sardinas

Ingredientes:  las  sardinas  deseadas,  abundante  pan  rallado, igual  para el perejil y  ajos y  cebolla  finamente picado  todos y unas hojas frescas de lechuga. 

Limpias y con la autopsia ya practicada en una cazuela, de barro preferentemente, se van alternando una capa de sardinas con otra de pan rallado, ajos, perejil y cebolla. Se tapa esta estratigrafía con un par de hojas de lechuga y se repite el procedimiento hasta apurar la cazuela o acabar con las sardinas. Mejor que tampoco sea una torre de Pisa de sardinas.

Sardinas-al-horno

– Pepitoria de sardinas –

Conseguido el equilibro sin recurrir a desafiar a la gravedad se deja la cazuela en la lumbre entre dos fuegos, suavito, muy suavito hasta que las sardinas hayan soltado su grasa y el conjunto esté tierno y untuoso.

Este apaño figura en algunos recetarios extremeños como propio o habitual de Plasencia de donde cabe decir que no hay sardinas en sus ríos por si duda alguna había.

 


Las Bodegas Cancho y sus vinos

En Maguilla, Badajoz, siempre ha existido una gran tradición vinatera y como en el resto de la comarca, con el otoño los vinos de pitarra de los cortijos vecinos llegaban hasta las mesas de casas y tabernas donde era degustado con preferencia a otros vinos tanto por su asequibilidad como por su buen carácter de vino nuevo.

Maguilla

Bodegas Cancho en Maguilla

Esta tradición ha cristalizado en algunas bodegas como la que los hermanos Juan Antonio y José Cancho regentan en la misma Maguilla, y que llega a producir hasta dos millones por año de sus excelentes caldos. La bodega fundada hace más de sesenta años, comercializa vinos tanto blancos como tintos, unos más jóvenes y otros de más crianza. Por ser los hermanos Cancho también los propietarios de los viñedos, todo el proceso de maduración, vendimia y elaboración de los vinos es supervisado por la propia firma.

Celedonio tinto

Celedonio tinto

Don Celedonio

Celedonio blanco joven

Don Celedonio, Viña Rosa, Jarriero, Blanco Cosquillero…, son algunas de las denominaciones comerciales de los vinos de los hermanos Cancho. Especialmente celebrados por cuantos lo conocen los vinos ‘Don Celedonio’, tintos y blancos jóvenes vienen a ser la joya de la corona de la casa y ciertamente son vinos de fácil paladar y buen pasar que no suelen dejar indiferente a nadie. Por mis parte yo mismo me declaro decididamente adepto a Don Celedonio tinto que, tanto en su tradicional envasado en botella como también en garrafas de plástico de mayor capacidad, es siempre alivio de golosos paladares y gaznates resecos. Para aliviar la curiosidad que ya corroe a algún lector, desvelaremos que la denominación de ‘Don Celedonio’ es un homenaje al antiguo y mañoso maestro vinatero, Celedonio, que muchos años atrás consiguió el coupage ideal que desembocó en este vino.

Uno de los hermanos Cancho

Uno de los hermanos Cancho

Pos supuesto que en Bodegas  Cancho también se producen vinos de reserva dejándolos envejecer el tiempo necesario a cada uno en barriles de roble viejo.

Bodega de envejecimiento

Bodega de envejecimiento

Estos vinos de la Campiña Sur extreme-ña por su calidad son muy aprecia-dos en la pro-pia comarca y alrede-dores  aunque también son distribuyen a toda España donde consiguen un buen aprecio .

 

 

 

Francisco J. Aute


Gulash húngaro

Por su aparente dificultad pero muy exquisitos resultados traemos a esta página de dificultades el celebrado gulash húngaro del casi todos han oido hablar pero muy pocos de estas latitudes han probado.

Parlamento de Budapest por la noche

Parlamento de Budapest

El gulash pasa por ser el plato nacional de Hungría guiso tradicional de pastores magiares errabundos con sus ganados por las frias estepas que se extienden hasta los Urales y que viene a ser un estofado donde domina la paprika.

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Paprika modelo para turistas

Y es que no se concibe a Hungria sin las ‘csárdás’ sean estas de Bhrams, Lizt o Sarasate, como tampoco se la puede concebir sin su Danubio y su parlamento neogótico o, sobre todo, sin el gulash y la paprika. Y válgame San Pedro que la enseña nacional húngara, el hecho diferencial y patrio magiar, la paprika, no es otra cosa sino pimiento molido o pimentón. Nadie hay que vaya a Hungría y no compre al menos un saquito de paprika, (que vaya a saber si no estará elaborada en China), como nadie va aquí a la Vera en Cáceres sin traerse su poquito de pimentón de la Vera.

 

Y no es tanta la diferencia, pueden variar y con seguridad lo harán, las variedades de pimientos o ñoras que se utilicen en su elaboración variando así en su sabor y aroma, pero su procesado no puede difrenciarse demasiado del que se usa en la Vera, en La Mancha o en Murcia. Yo que tuve la ocasión de visitar una fábrica vi que el proceso era despepitar hasta donde es posible las ñoras y molerlas sucesivamente en muelas de piedras cada vez más finas para que, en lugar de hacerse una pasta con una sola pero fuerte presión, el pimentón se vaya reduciendo poco a poco hasta el fino polvo que conocemos. La diferencia más evidente es que en España la legislación permite, según se necesite por el tipo se cosecha y el año agricola, añadir hasta un 12%, creo, de aceite de oliva que en Hungría seguro que no se hace. Cabe tambien destacar que Hungría y sus vecinos designan indiferentemente como paprika a cualquier clase de pimiento entero y fresco además de al pimentón.

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Variedades de paprika

 

Ni que decir tiene que gulashs hay tantos como regiones, pueblos y cocineras por lo que nosotros vamos a proponer una receta de probada solera de las varias que el reconócidisimo chef húngaro Károly Gundel atesoraba para su afamado Restaurant Gundel del Parque Municipal de Budapest.

Comenzaremos por hacernos con un kilo de buena carne de vaca o de buey mejor que de ternera, algunas cebollas, patatas, tomates, pimientos verdes, comino, ajo y, claro está, paprika de la mejor calidad dulce o picante a elegir.

Lo mejor para no perderse y tener la intendencia en orden, para mi gusto, es tener ya troceado todo aquello que deba ser troceado antes de dar fuego a las candelas. Es decir trocearemos la carne en dados de unos dos o tres centímetros de lado, igual haremos con dos o tres paprikas verdes de buen tamaño, un par de patatas de las que no se deshacen y una cebolla bien hermosa.

Pimientos de freír

Paprikas verdes

Se supone que comenzaremos los menesteres con un caldero de tres patas sobre un fuego de haya y roble pero a falta de fuego, caldero y estepa en una cacerola de tamaño holgado derretiremos unas onzas de manteca de vacas y cuando esté rusiente doraremos en ella la cebolla. Después bajar el fuego, mejor incluso retirar la cazuela del fogón y añadir el pimentón (perdón la paprika), unos veinticinco gramos y aquí, mezclando al gusto dulce y picante, será donde le demos el punto deseado al gulash.

Volvemos al fogón e incorporamos la carne tapando la cacerola con el fuego al mínimo para que la carne se haga en su propia grasa y cuando ésta espese esparciremos sobre ella el ajo y los cominos. Seguimos con la cocción lenta añadiendo de cuando lo necesite algo de agua o de caldo según el punto de sal. Dejar cocer hasta que la patata esté ya a medias y añadir los pimientos verdes y el tomate y esperar hasta conseguir el punto deseado.

La cantidad de caldo o agua que añadiremos es al gusto y el mio es que no quede ni espeso ni grasiento sino más bien sobrado de caldo de manera que al comerlo a la vez que los ingredientes sólidos la cuchara lleve también un buen fondo del rojizo caldo que distingue al gulash de cualquier otro guiso.

Las variantes son infinitas, se puede hacer con cordero, con cerdo, sólo con huesos que dá una magnífica sopa, con habas, con cecina…

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Gulash clásico recién hecho

 

Francisco J. Aute


Vino es el de pitarra y vino bueno

En los días finales del otoño y casi primeros del invierno, a la par que los fríos y justo a tiempo para hacerse presentes en las matanzas, que es el tiempo, aparece por estas tierras el vino de pitarra para acompañar las migas pastoriles, alegrar los almuerzos de piconeros y carboneros y aliviar los fríos de quienes andan en las faenas de la aceituna.

Los animales llegan al arca

Los animales llegan al arca

El vino de pitarra es propio de Extremadura y de algunas zonas colindantes como el oeste de la Mancha y el norte de Córdoba y es así llamado porque antiguamente se producía en unas tinajas de mediano porte conocidas como pitarras. Viene a ser este vino lo más elemental, sencillo y simple que en vinos puede llegar a obtenerse, tanto que el vino de pitarra debe ser el arcano de los vinos, heredero directo de aquel que Noé obtuvo de la viña que plantó tras el diluvio como el Génesis cuenta. Y no debió ser Noé mal pitarrero ya que con el primer vino que cosechó pilló una tan sonada cogorza que hasta en la Biblia quedó constancia de ella, pero hay que entender que si a Noé se le fue un poco la mano con el pitarra fue sin duda porque debía estar hasta la coronilla de tanta agua, que diluvios de cuarenta días siempre acaban resultando cansinos…

Catando el vino del año en El Entredicho

La elementalidad de este vino, pariente no muy lejano del otoñal ‘beaujolais nouveau’ y como él vino de ‘bistrot’, es decir peleón como el que más y que puede ser blanco tinto o algo dulzón,  exige pocos trabajos ya que es la naturaleza quien se encarga del milagro de convertir los mostos en vinos por lo, que una vez prensadas las uvas, despalilladas o no, que cada pitarrero tiene su sistema, el mosto se deja fermentar en tinajas no muy grandes en contacto con los hollejos. Durante este proceso el único cuidado que necesita el vino es ser mecido una o dos veces al día, lo que consiste en remover el mosto que está cociendo con una especie de pala de madera. Cuando la fermentación ha terminado, la ‘casca’, es decir los hollejos, pepitas e impurezas, cae al fondo y es el momento de trasegarlo o embotellarlo aunque algunos muchos, y se atienen a ellos, opinan que este momento llega con la primera luna nueva.

Está claro que los vinos de pitarra, que pueden ser blancos, tintos, pálidos o turbios, no son, por su juventud, vinos de aquellos que se beben enarcando las cejas, incluso, si el pitarrero no es fino, para trasegar algunos, más vale tener el gaznate acolchado en acero. Pero el de pitarra no es un vino para pedirle cuentas ni preguntarle por genealogías, que es un vino honrado que no pretende engañar a nadie y, como las producciones son limitadas, el vino de cada año se suele destinar al autoconsumo vendiendo el escaso excedente si lo hay, a vecinos y conocidos y no a ningún chateau.

Cortijada de Las Patúas
Cortijada de Las Patúas famoso ‘chateau del pitarra’

Es a Francisco de Pizarro a quien le debemos la primera cita a este vino cuando en todo el esplendor de su gloria peruana rememoraba sus días de porquero, más felices tal vez, donde gustaba tomar migas con vino de pitarra y es que en toda Extremadura se pueden encontrar vinos de pitarra muy celebrados, de los que hay para todos los gustos. Aquí, por estas sierras cordobesas entre los más famados estuvieron siempre los vinos de El Entredicho y El Hoyo, aldeas ambas de Belmez donde, por ser agrícolas, casi cada vecino cosechaba su propio vino y donde aún hoy se sigue produciendo con fortuna. De igual fama y merecimiento era el vino de Las Patuas, cortijada a medio camino y derecho entre Hinojosa del Duque y Valsequillo, pero que ha decaído mucho por el general despoblamiento del campo y abandono de las viñas que es mucho trabajo el que dan.

Luego se dirá que el vino joven que se consume es chino en su origen. Y cierto que ya hay algo de eso, y víctimas también, pero en el pecado va la penitencia: contra avaricia: generosidad y precisamente de esto es lo que rezuman nuestros vinos de pitarra: generosidad.

Últimamente para disfrute de catetos de a bordo, legiones de esos autoelegidos en maestros de ceremonia brindan diciendo lo de ‘arriba, abajo, al centro y adentro’ estropeando la fiesta a los más sanos de mollera, se vende un ‘vino joven’ un poco al estilo del vinho verde portugués, pero con más química y, si se le ha disuelto un poco de gas en plan sifón se le llama de aguja, cuyo significado ignoro, ignoramos y queremos ignorar mucha gente de bien aunque no seamos ni siquiera un poquito expertos en vinos. Es mucho más fácil y accesible por su abundancia ser expertos en catetos ilustrados…

Francisco J. Aute


Altramuces

Altramuz ¡Qué palabra tan hermosa, tan antigua, tan amarilla y salobre! Altramuces de mi infancia que llenaban de oro el lebrillo en que mi abuelo los preparaba y que brillaban deleitosos y tentadores bajo la luz de la ventana de la cocina, invitando a ser comidos, pero había reglas y ritos que guardar y que mi abuelo, metódico como pocos, guardaba rigurosamente. Luego hablaremos de las tales reglas.

Altramuces sin preparar

Altramuces sin preparar

Sería difícil negar una etimología árabe al altramuz, su mero rumor evoca necesariamente antiguas jornadas campesinas de labriegos con túnicas y turbantes, pero curiosamente altramuz deriva del hispano árabe attarmús corrupción de turmus palabra que el árabe clásico tomó prestada del griego θέρμος que vaya usted a saber si significa altramuz o alude a churros y jeringos… También el altramuz tiene por nombre más vulgar el de ‘chocho’ pero no por eso que usted, lector, evocando razones taxonómicas pueda pícaramente estar pensando o, si es de buena familia, frunciendo el sobrecejo reprobatoriamente, porque chocho es palabra muy antigua tomada del mozárabe šóš que se originó a partir de latín salsus, es decir, salado que es como se preparan los altramuces, lo que nos hace recordar que en la campiña cordobesa y otras muchas comarcas andaluzas ni se llaman altramuces ni chochos, si no simplemente saladillos’.

El altramuz es el Lupinus Albus y es una leguminosa de la familia de las papilionáceas, como los guisantes, las lentejas o los garbanzos. El altramuz es una especie anual y su raíz profunda puede alcanzar en condiciones favorables hasta dos metros de profundidad lo que les permite de extraer agua y nutrientes del subsuelo incluso durante las peores sequías. Que eso si que es alta tecnología y no las máquinas de matar marcianos. Precisamente esta resistencia a la sequía es por lo que sembraban abundantemente en los años secos y en terrenos poco ricos o muy extenuados por las siembras ya que el altramuz, como otras muchas leguminosas, tiene una gran capacidad para fijar nitrógeno en el suelo devolviéndole así la fertilidad.

Altramuz silvestre o moruno

Altramuz silvestre o moruno

Aunque hay más de cuatrocientas cincuenta especies dentro del género de los lupinus, sólo el albus es realmente comestible para los humanos y es una especie claramente circunmediterránea, por esto los altramuces son totalmente desconocidos lejos de las costas mediterráneas. Sin ir más lejos en España, en la Cornisa Cantábrica son poco habituales y en países como Alemania, Bélgica o el norte de Francia sólo han comenzado a verse tras las continua e imparables invasiones magrebíes, aunque todavía no han conseguido éxito entre los verdaderos nativos.

Las cosechas de altramuces se destinaban a forraje del ganado que lo come con deleite, pero como ya sabemos que los altramuces secos son muy duros y extremadamente amargos en las fincas se disponía de endulzaderos o pequeñas albercas donde los altramuces eran puestos en remojo durante un día o dos para que se rehidratasen. Tras esto pasaban a una gran caldera, como para guisar misioneros, asentada sobre un horno circular semienterrado y los altramuces eran cocidos hasta que quedaban blandos. Después eran pasados a nuevas albercas donde se les cambiaba el agua con frecuencia hasta que perdían el amargor. Tras ser secados en las eras eran envasados en costales para forraje. Estos trabajos solían ocupar todo el mes de septiembre en el que generalmente poco hay  que hacer en el campo.

Se le atribuyen al altramuz diversas virtudes medicinales y hay quien afirma que tragarse (porque eso no hay quién lo mastique) tres o cuatro altramuces secos por la mañana es mano de santo para el colesterol. Cosa que yo no aconsejaría porque los altramuces sin endulzar contienen ciertos alcaloides neurotóxicos que podrían liberarse en el intestino, aunque dada su sequedad y dureza lo más probable es que se eliminen tal cual se ingirieron. Claro que ahora estamos todos con los colesteroles pero así, entre nosotros y en petit comité, les diré que el verdadero poder del altramuz es el de ser un eficaz abortivo para lo que fue usado desde tiempos inmemoriales. Recuerdo como en una visita al monasterio de Silos, hace ya muchos años, en su famosa farmacia estaba expuesto un milenario tratado de medicina profusamente ilustrado, pero por azar o por desconocimiento el libro estaba abierto por una página donde se representaba a una impúdica embarazada con la vagina a rebosar de altramuces…

Como no hay nada más tonificante y vigorizante que practicar el sillón-bol delante de la tele bien pertrechado de cervezas y picoteando altramuces, diremos cuales son los ritos y arcanos para no tener que comprar altramuces envasados, siempre duros y endulzados con alquimia y no con agua y paciencia.

Altramuces listos para consumir

Altramuces listos para consumir

Pondremos en un cacharro con agua, un lebrillo es ideal, la cantidad de altramuces secos deseada teniendo siempre en cuenta que aumentarán bastante su volumen, lo duplicarán al menos. Cambiamos el agua al dos o más veces al día y pasados un día o dos el altramuz ya estará hidratado y terso habiendo adquirido una hermosa tonalidad amarilla. Aún así su carne estará dura y muy amarga por lo que hay que proceder a cocerlos  hasta que queden muy tiernos y la piel se desprenda con facilidad. Es de mucha  utilidad el cocerlos en varias aguas. Cómo aún quedarán amargos hay que dejarlos en remojo durante unos días más cambiándoles el agua con frecuencia. Cuando ya hayan perdido todo su amargor es el momento deguisarlos’, es decir añadirles abundante sal que el altramuz absorberá en apenas veinticuatro horas con lo que ya podremos disfrutar de algo tan sencillo y de tan fino paladar porque aunque en él predomine la sal, si ponemos atención encontraremos sutiles aromas campestres y atrufados que lo hacen muy grato. ¡Ah! y además tienen bastante omega-3 de esa que tanto cacarean los anuncios como tríaca moderna.

Francisco J. Aute

Algunas fotos históricas tomadas (sin permiso tácito) del libro «Faenas camperas» de Bartolomé Fernández Ronquillo

Endulzadero de un cortijo

Endulzadero de un cortijo. foto B. Fernández Ronquillo

Horno para la caldera. foto B: Fernández Ronquillo

Horno para la caldera. foto B: Fernández Ronquillo

 

Caldera para altramuces. foto B. Fernández Ronquillo

Caldera para altramuces. foto B. Fernández Ronquillo


Destilerías en Cazalla, el arte de alambicar las sierras

¡Ponme un cazalla! Esta fue una expresión frecuente que todos hemos oído centenares de veces, pero que ya va siendo una reliquia. Hasta no hace muchos años, media España comenzaba su jornada laboral trasegando una o más copas de anís.

La cosecha en Valsequillo. Foto Gerda Taro.

Cosecha en Valsequillo 1937. Foto Gerda Taro.

En invierno porque calienta las tripas y en verano porque entona el cuerpo tras el madrugón, el aguardiente era el ritual mañanero con el que miles de trabajadores afrontaban su jornada laboral. La habitual escena de los obreros aferrados a sus copas sobre las raídas maderas del mostrador en los tres o cuatro tabernuchos, fríos y mal iluminados, que rodeaban la fábrica, era siempre una escena perfumada de aguardiente y este aguardiente casi siempre era de Cazalla. En el medio rural se repetía la misma escena un día tras otro, pero siendo el campesino menos dado que el obrero a manifestaciones ruidosas, la taberna de la aldea se llenaba de bebedores taciturnos que, tras dejar caer sus aperos en un rincón, bebían silenciosamente su copa de aguardiente en espera de la amanecida. ¡Dame un cazalla! era, casi, el único sonido que rasgaba las penumbras del local. Algunos ni tan siquiera necesitaban hablar, sino que sacando unas perras gordas de su faja, y poniéndolas ante el tabernero, veían materializarse de inmediato la esperada copa de su cazalla preferido.

Montando una rozadora

Montando una rozadora

Quienes somos mineros siempre recordaremos las largas filas de hombres que, solitarios o en pequeños grupos que, aún de buena madrugada, caminando junto a las vías del tren se dirigían hacia la negrura de los pozos, pero que al pasar ante algunos establecimientos estratégicamente situados, hacían el obligado alto para coger fuerzas con una, dos y hasta tres copas de aguardiente bebidas en ayunas, rápidamente y casi sin respirar. Por lo regular la primera copa se tomaba de un solo trago breve y ansioso, como para acabar de despertarse ante el contacto flamígero y violento del anís. Mientras, ya la segunda se paladeaba un tanto, como tomando conciencia de la realidad circundante. A la tercera se iniciaban las

Mineros de Santa Rosa hacia 1922

Mineros de Pueblonuevo del Terrible hacia 1922

charlas con los compañeros, las bromas, los juicios sobre el trabajo y los salarios, a la vez que se proponían distintas maneras absolutas de arreglar el mundo y enseñar al gobierno como hay que gobernar.

El denominador común a todas estas situaciones era siempre el aguardiente y, por goleada, el anís de Cazalla. Cazalla de la Sierra es una pequeña ciudad de la Sierra Norte sevillana que universalizó su nombre a raíz del éxito que desde siempre conocieron sus destilados. Frente a otras localidades tradicionalmente productoras de aguardiente como Rute en Córdoba o Chinchón en Toledo, a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, el aguardiente de Cazalla alcanzó tal predominio, que el nombre de Cazalla se

Vaso de aguardiente

Vaso de aguardiente

sustantivó como sinónimo del aguardiente de anís. El beber cazalla o tener la voz cazallosa eran términos asiduos en el vocabulario habitual y, si bien van perdiendo su presencia a la par que disminuye el consumo de anís, en Hispanoamérica el modismo aún goza de fuerza y es preferido incluso al de aguardiente.

Es difícil establecer los antecedentes de la fabricación de aguardientes en Cazalla y su comarca, pero según parece, en sus orígenes, tal vez hacia el siglo XVI, ésta fue una actividad limitada al ámbito doméstico y destinada al autoconsumo. En realidad Cazalla siempre fue una importante zona vinícola y es de suponer que sus principios se remontan a la época romana. La comarca de Cazalla es rica en todo tipo de minerales, las minas de El Cerro del Hierro, las de Constantina, El Pedroso, Fuente del Arco y las muy ricas minas de Guadalcanal atrajeron de inmediato el interés de Roma que las explotó largamente como lo atestiguan los numerosos restos arqueológicos. Sin duda, con la romanización debió comenzar el cultivo de viñedos y, aunque no hay constancia documental de ello, debió proseguir, como en otras tantas regiones, durante la etapa musulmana.

Alambique elemental

Alambique elemental

Fueron los musulmanes quienes desarrollaron los alambiques y los primeros que obtuvieron alcohol, precisamente a partir de la destilación del vino que, en teoría, no debiera ser algo especialmente familiar a los creyentes pero que, como sabemos, en la España musulmana se consumía con abundancia, por lo que no sería arriesgado suponer que los primeros aguardientes de Cazalla pudieron ser destilados antes de 1240 cuando fue reconquistada la ciudad. En cualquier caso, al término de la Edad Media, Cazalla despunta ya en el sector vitícola alcanzando la cosecha de 1494 la cantidad de 75.000 arrobas, lo que la equipara a las producciones de Jerez y Sanlúcar de Barrameda que ya eran los grandes productores de la época.

En torno a la actividad vinícola, aún en el siglo XV, se desarrolla una fuerte economía que atrae a hacendados, a comerciantes y a sus capitales, doblándose la población de la villa en apenas cincuenta años. El continuo incremento de la producción con frecuencia daba lugar a excedentes por lo que era habitual que las haciendas, además del clásico lagar de viga y la pertinente bodega, dispusiesen también una caldera para la quema de vinos y alambiques para la obtención de alcohol y su posterior destilación con anís.

El éxito de los vinos de Cazalla queda patente en las numerosas alusiones que a él hacen las clásicos, entre ellos Cervantes y Lope de Vega, que los alaban repetidamente en sus obras. Sin embargo, el negocio del vino logra sus mayores resultados en los nuevos mercados americanos, y es que el vino, artículo de primera necesidad, tardó mucho en producirse en el Nuevo Mundo donde las vides no conseguían aclimatarse bien pese a los numerosos intentos por parte de los colonizadores. El vino de Cazalla se abre a estos tan nuevos como extensos mercados obteniendo grandes beneficios.

Bodega rústica

Bodega rústica

El economista y teólogo Tomás de Mercado (1530-1576), analista de ferias, y mercados, con ocasión de estudiar el tráfico mercantil entre España y sus colonias dice: el vino puesto en Cazalla, do vale dos reales la arroba, lo venderán a cinco como se lo paguen en Tierra Firme o en México’, y quecincuenta pipas de vino entregadas en Cazalla valían, a quince cada una, setecientos ducados. Véndenlas a treinta pagados en Nueva España…’ Todo esto en los primerísimos años de la conquista. Vista la tradición vinatera de la comarca de Cazalla, no es de extrañar que quien primero consiguiese producir vino en el Nuevo Mundo, fuese precisamente uno de sus naturales, Pedro López de Cazalla que, en 1560, en la Hacienda Marcahuasi, cerca de Cuzco, se convirtió en el primer vinatero de las Américas, consiguiendo por ello el premio de dos barras de plata de trescientos ducados cada una, ofrecidas por  la Corona a quien lo lograse.

Puerto Sevilla. Museo Thyssen Málaga

Puerto Sevilla. Museo Thyssen Málaga

La prosperidad ocasionada por los vinos, además de atraer a los hacendados y comerciantes, también despertó la atención de la iglesia siempre vigilante de los patrimonios y, en muy poco tiempo, Cazalla se pobló conun número desproporcionado de monasterios, conventos y fundaciones religiosas que asfixiaron a la población con sus diezmos, cánones y servidumbres, además de acaparar buena parte de la tierra de más calidad y de la mano de obra. Entre tanto, los más directos competidores de los vinos serranos en la carrera de Indias, eran los vinos del Aljarafe sevillano cuyos productores, en el siglo XVII, mediante sobornos a la Aduana de Sevilla, consiguieron que ésta declarase a los caldos del Aljarafe de valor inferior a los de Cazalla, gravándolos hasta con un 25% menos, por lo que a mitad del siglo XVII era muy raro encontrar vino de Cazalla en las remesas de las flotas de Indias habiendo sido desplazados por los del Aljarafe.

Cuando el mercado exterior del vino se derrumba, el alambique abandona el ámbito doméstico para aprovechar los excedentes, generando así una pequeña industria aguardentera. Se dice que fueron los monjes cartujos, establecidos en Cazalla desde 1476, quienes aportaron a los alambiques las innovaciones tecnológicas que permitieron obtener grandes producciones. Ciertamente los cartujos han sido siempre hábiles destiladores y sus bebidas espiritosas y sus aguardientes de hierbas lo demuestran. Precisamente de ellos se afirma que, en Cazalla, fueron los primeros en destilar frutas y otras semillas distintas al anís.

El aguardiente permitió recuperar los mercados americanos siendo esta bebida tan apreciada en el nuevo continente que, en la aduana sevillana, en 1655,

Batería de alambiques del convento franciscano

Batería de alambiques del convento franciscano

la arroba de aguardiente cotizaba a trescientos ocho maravedíes mientras que por ejemplo,la de aceite sólo lo hacía en trescientos. A la par que el aguardiente y durante más de un siglo, los vinos también fueron recuperando mercados. Sin embargo, en las primeras décadas del siglo XIX, la emancipación de las colonias americanas cierra nuevamente los mercados y los productores de Cazalla se encuentran, inopinadamente, con grandes excedentes de vinos. Las órdenes religiosas, principales perjudicadas, apuestan por el aguardiente y los frailes franciscanos fueron los primeros en acometer la producción del aguardiente de manera industrial.

A tal efecto, en el Convento de los Diezmos, así llamado porque era donde los frailes atesoraban sus recaudaciones en especie, se instaló una batería de grandes alambiques y, cuenta la tradición que los franciscanos supieron recuperar los secretos árabes de la destilación. Parece ser que en otros conventos también funcionaron alambiques donde poder transformar los excedentes de sus tierras. Las sucesivas desamortizaciones que se dieron en los años centrales del siglo XIX, pusieron las destilerías en manos seglares, iniciándose así un camino que conocería su mayor auge en las décadas segunda y tercera del siglo XX, cuando los aguardientes de Cazalla recogieron una gran cosecha de medallas y distinciones en numerosas exposiciones, ferias y muestras de todo el mundo.

Al amparo de los nuevos buenos tiempos, proliferaron las destilerías y se habla de que llegó a haber más de treinta, aunque sólo unas quince de ellas podrían calificarse como industriales, siendo las otras poco más que familiares. No sólo se fabricaba aguardiente, sino que también se producía ginebra, coñac y hasta whisky. A partir de los años sesenta, el cambio de costumbres de los consumidores comenzó a ir relegando al cazalla en favor de otros licores, mientras que la escasa calidad de los otros destilados no pudo competir con las ginebras, whiskys y otros que comenzaban a llegar al amparo del creciente poder adquisitivo y de la apertura de mercados. Las Destilerías Bonilla y Sainz, Destilería la Competidora, Sucesores de Angel Lorenzo, Destilerías las Camelias, Destilerías Martínez… éstas y otras muchas forman el largo etcétera de la prolija serie de destilerías que en Cazalla alambicaban el anís en aguardiente.

Museo de las destilerías Mihura

Museo de las destilerías Mihura

Hoy día tan sólo perviven dos destilerías que, en proceso de adaptación a los nuevos mercados, mantienen vivo el espíritu del antiguo cazalla, elaborando sus aguardientes en alambiques de más de ciento cincuenta años, según métodos que no han cambiado siglos. Estas son las Destilerías Mihura, antiguamente Lucena Hermanos, y que ocupa el viejo Convento de los Diezmos, donde aún se conservan los impresionantes tinajones que los frailes utilizaban para almacenar los productos recogidos de los obligatorios diezmos. Alquitaras de Cazalla es la otra destilería superviviente que viene fabricando sin interrupción desde 1896 el célebre Anís del Clavel. El proceso de elaboración en ambas destilerías es básicamente similar.

Fábrica de El Clavel

Fábrica de El Clavel

Como dijimos, los alambiques o alquitaras, son muy antiguos y están fabricados en cobre batido. Su cuerpo principal lo constituye la caldera cuya parte superior es tronco-cónica y que es coronada por una campana o montera donde se concentra el vapor para pasar a un largo tubo conocido como cuello de cisne o garganta, que se va estrechando hasta terminar en un serpentín que discurre sumergido en un pilón exterior de agua fría o corvato, desde allí vuelve a entrar a la destilería para terminar en la piquera donde se recoge el aguardiente condensado. El cuerpo del alambique, su caldera, se asienta sobre un hogar de leña y está rodeado por tabiques de materiales refractarios. La combustión del hogar se regula mediante dos tiros que, por estar situados en los laterales son comúnmente llamados oídos.

Los centenarios alambiques de El Clavel

Los centenarios alambiques de El Clavel

La alquitara se carga con alcohol de melaza o de remolacha, agua y anís. El anís o matalahúga es la semilla de la ‘pimpinella anisum’, sobradamente conocida de todos por su uso culinario. Tras la carga, para evitar fugas, es necesario sellar la caldera y la campana, lo que se hace con una pasta a base de las cenizas del hogar. El proceso de destilación puede durar hasta un día entero, lo que precisa mantener un nivel constante de presión y temperatura, por eso, la habilidad de los destiladores a la hora de escarriar, o sea distribuir la leña y las cenizas en el hogar es fundamental para conseguir una correcta destilación. En unos alambiques tan antiguos como estos, carentes de termómetros y manómetros, se hace necesaria toda la sabiduría del maestro destilador para controlar el curso del cocimiento, lo que consigue el destilador con sólo fijar sus entrenados oídos al caudal del chorrillo de aguardiente que fluye por la piquera: cualquier subida o bajada de la temperatura supone también una subida o bajada de la presión y por tanto una variación del flujo del licor en la piquera. Podemos asegurar que el oído de los maestros destiladores aventaja en precisión a cualquier artilugio digital que intentásemos incorporar a la alquitara.

Es también la experiencia de los maestros la que indica cuando dar los cortes al proceso de destilación, aunque esto viene dado por las tradiciones de cada casa y por el íntimo conocimiento de las peculiaridades de cada alambique, que no todos responden igual. Conocimientos y experiencia que han ido transmitiéndose de maestro a maestro durante muchas generaciones. En el proceso de destilación, los primeros litros que surgen del serpentín no alcanzan aún la calidad necesaria por lo cual son apartados. A esta fracción se le llama cabeza y será posteriormente reutilizada. De igual manera, los últimos litros tienen ya menor contenido alcohólico y además portan algunas de las posibles impurezas producidas durante el proceso, por lo tanto, también son apartados y se les conoce como cola, o flema por su mayor densidad. El separar las cabezas y las flemas del resto del destilado es lo que se llama cortar. Cabeza y flemas serán incorporadas en una nueva carga del alambique para ser redestiladas y extraer sus esencias.

Así, para preparar el cocimiento para un alambique de 1.300 litros de capacidad, la carga ideal sería la siguiente:

Matalahúva

Matalahúva

                                                 –  300 l de alcohol,

                                               –     32 l de cabezas,

                                               –  275 l de flemas,

                                               –  600 l de agua,

                                               –     48 kg de matalahúga

Una vez iniciado el proceso se apartarían las dos primeras arrobas, unos treinta y dos litros, y a partir de ahí recogeríamos una esencia de aguardiente de unos 74º alcohólicos. Cuando la graduación desciende hasta los 69º los litros restantes se consideran flemas y se descartan. La esencia de anís se rebaja con agua descalcificada hasta los 50º, obteniendo así el anís seco. Si lo rebajamos hasta los 37º y añadimos azúcar tendremos el anís dulce. Generalmente se hacen dos destilaciones distintas, una fuerte con mayor contenido de semilla de anís, y otra débil con menor cantidad, ambas de igual graduación alcohólica. La mezcla de estas dos destilaciones, según las fórmulas de cada destilería es, junto con el bouquet, lo que confiere a cada aguardiente su personalidad.

Anís seco de la marca El Clavel

Anís seco marca El Clavel

El bouquet es precisamente el culmen de todo el proceso y el secreto mejor guardado de cada destilería, tan secreto que basta nombrárselo a cualquier maestro destilador para que de inmediato éste comience a hacer previsiones meteorológicas, o pase a informarnos del comportamiento de los equipos sevillanos en la liga de fútbol. En realidad el bouquet es un destilado de algunas plantas aromáticas y, tal vez, de frutas, que cada destilería hace en el mayor de los secretos y a puerta cerrada, pero usando los mismos procedimientos que para destilar la matalahúga. También se puede optar por adquirir aromas y aceites esenciales ya elaborados para crear el bouquet. Parece ser que fue el acierto en la composición de estos bouquets por parte de las destiladoras que se sucedieron en Cazalla, lo que consiguió extender su nombre por todo el mundo hispanohablante. Aunque algunas de estas fórmulas secretas, con el cierre de las destilerías, cayeron en el olvido o se fueron a la tumba con sus conocedores, no todo parece estar perdido porque hay quien se ha preocupado de recopilar y salvaguardar cuanto ha sido posible de esos saberes herméticos.Se asegura también que la excelencia del agua de los manantiales de Cazalla confiere al aguardiente su especial calidad en tiempos en que no hacían falta descalcificadores.

Fuente en las afueras

Fuente en las afueras

En Cazalla, tradicionalmente tuvo mucha aceptación un licor de guindas preparado familiarmente: tras recolectar unas guindas silvestres, el aficionado las dejaba macerar en aguardiente dulce durante unos meses para después deleitarse, tanto con el licor resultante como con las mismas guindas, que eran consumidas con gusto por chicos y grandes. Tanta afición hubo que incluso se las podía comprar en los puestecillos callejeros donde, por una perra gorda, te daban un paquetito de papel de estraza con un puñado de esas guindas previamente maceradas en aguardiente.

Fuente en una calle

Fuente en una calle

Al raíz del descenso del consumo de anís, las destilerías optaron por la fabricación industrial de los licores de guindas como complemento a sus ingresos y como una manera de dar salida a sus excedentes de aguardiente. Cada cual tiene su propia fórmula para tratar las guindas, pero en esencia, el procedimiento consiste en, tras seleccionar y desrabar manualmente las guindas, macerarlas en un aguardiente de mediana graduación durante seis o siete meses, hasta que la guinda comunica al anís toda su sustancia. Las guindas son luego prensadas para recuperar el licor absorbido que se mezcla al de maceración. Tras endulzar este y añadirle el bouquet necesario, ya está lista la crema de guindas. Una pequeña parte de las guindas, por su aspecto y calidad, no son prensadas y se dejan macerar unos meses más en un almíbar especial. Tras añadirles crema de guindas, son envasadas y comercializadas como ‘guindas en su crema’.

Plantación de guindos de la casa Mihura

Plantación de guindos de la casa Mihura

Las guindas antes eran recolectadas en el campo, pero con el actual nivel de consumo no son suficientes las que produce la zona, por lo que se importan guindas desde el valle del Jerte cuya mayor altitud y frialdad favorece el desarrollo del guindo silvestre. Por eso, las Destilerías Mihura se han embarcado en un ambicioso proyecto de cultivo controlado del guindo. A tal efecto, Mihura tiene en la finca San Sebastián, a las afueras de la población, sembrados más de cinco mil doscientos guindos silvestres en una extensión de ocho hectáreas. Bajo la dirección de la ingeniero agrícola Mónica Pérez,

Flores de guindo

Flores del guindo

esta experiencia tiene el mérito de ser pionera en el mundo, pues hasta ahora no se había intentado la domesticación del guindo a esta escala. Aunque aún es pronto para sacar conclusiones, si todo sale como está previsto y los guindos prevalecen, se espera obtener una media de veinticinco kg por arbusto, lo que permitiría el autoabastecimiento a la par que abriría un nuevo camino, aplicable no sólo a Cazalla y los guindos, sino en futuras nuevas adaptaciones de otros arbustos silvestres de interés económico.

A raíz de la adquisición de las dos destilerías supervivientes por sendas empresas licoreras de envergadura, parece que va remontando el consumo del aguardiente de Cazalla que resulta especialmente beneficiado al poder circular por los sólidos canales de distribución y redes de mercado que dichas empresas tienen establecidos. Así, tanto el aguardiente como la crema de guindas, y particularmente esta última, se están abriendo a nuevos mercados, principalmente los extranjeros. Destilerías Mihura a pasado de vender cincuenta cajas diarias de sus productos a vender más de mil quinientas. Pedir una crema de guindas Mihura en Estados Unidos, Japón, Suráfrica o China no es ya ninguna rareza.

Alambiques marchando a toda potencia

Alambiques  a toda potencia

 Particularmente la crema de guindas, por su calidad, está multiplicando el número de sus adeptos ya que puede competir ventajosamente con el pacharán que tanto se ha extendido y que estaba colonizando los mercados andaluces. Se comienza a dar incluso el fenómeno de quienes, en los restaurantes, a la hora de ser invitados por la casa al ya clásico chupito de pacharán, optan por que les sea servido uno de crema de guindas, que armoniza mejor con el uso de los paladares de más al sur de Navarra.

Francisco J. Aute

Centenaria marca de fábrica

Centenaria marca de fábrica

Anexo: Cazalla de la Sierra, un paraíso entre montañas

Casas consistoriales

Casas consistoriales

Ceñidas por los ríos Rivera del Hueznar y Rivera de Benalija y salpicadas de fuentes y manantiales, las tierras de Cazalla de la Sierra se ven adornadas por numerosos bosques de galería y extensas praderas casi siempre verdes que favorecen la existencia de un microclima singular, lo que hace de este enclave una meta especialmente atractiva.

Lo primero que llama la atención en Cazalla al viajero es tanto su monumentalidad como su pulcritud. Sus calles soleadas y limpias serpean para acomodarse al desigual terreno, y nos deparan la sorpresa de algunas placitas recoletas que, porticadas unas y abalconadas las que más, invitan a la parada y al sosiego. Jalonadas por iglesias y monasterios, de los que hay uno en cada esquina, las calles de Cazalla requieren un largo paseo, cámara en mano, que será largamente recompensado por las imágenes que podremos atesorar.

Sin duda, lo siguiente que percibirá el viajero, es la cordialidad sus gentes. Esta es desbordante, gratuita y sincera. Cazalla es una ciudad poblada por gente simpática y cariñosa y eso impregna su esencia, como en los días de destilación su atmósfera se impregna con los aromas antiguos del aguardiente. En un mundo de prisas y violencias mal contenidas, Cazalla es un oasis donde aún se remansa algo de la paz perdida en aras de la competitividad y el progreso mal entendido que tanto nos deshumanizan.

Flipe V representado en un sello

Felipe V interpretado en un sello de correos

Por eso no es raro que, paseando por sus calles o sentados en alguna de sus terrazas, nos topemos con conocidos personajes del mundo del arte, del diseño o, meramente de famosos de profesión. Desde conocidos artistas de Holliwood a cantantes, toreros o políticos… todos parecen buscar en Cazalla el sosiego y la amabilidad de sus gentes. Claro que esto no es nada nuevo, pues ya en 1730, el rey Felipe V decidió pasar el verano en Cazalla para aliviar una de sus frecuentes melancolías y, fuese por efecto de los aires salutíferos de la zona, fuese por sus aguas y manantiales o fuese tal vez por efecto del mismísimo aguardiente, el caso es que el melancólico Felipe encontró amplio consuelo en estos meses saliendo de Cazalla muy recuperado.

La Cartuja en la lejanía

La Cartuja en la lejanía

Para alojarnos en Cazalla hay varias casas rurales y hoteles, pero destacan por encima de todo los alojamientos que proporciona la antigua Cartuja de Cazalla, punto de encuentro y de reposo de intelectuales y creadores, porque lo más preciado que se vende en la Cartuja de Cazalla es algo tan raro hoy día como el silencio.

Curiosamente, tantos siglos de destilaciones no han dejado una huella remarcable en su gastronomía y, aparte de la afición a beber aguardiente, común por lo demás a todo un país y toda una época, no encontramos el cazalla entre los fogones salvo en la repostería y únicamente cierto guiso de cordero incorpora el aguardiente. Por demás, típicas son en Cazalla las sopas de pimiento y tomate con uvas y, por carnavales el potaje de garbanzos con bacalao y verduras, como lo son por Semana Santa los dulces con la excelente miel de la comarca. Podremos conocer las especialidades de la zona en distintos establecimientos, principalmente bares de tapeo, siendo más que notables muchos de ellos.

F. J. A.


Salchichas a lo Titánic

Como comentaba por otra página en cuanto tuve ocasión, muy joven aún, conseguí comprar una casa y hacer realidad mi eterno sueño de vivir solo. Como también comentaba antes mi experiencia culinaria no iba mas allá de masticar y tragar cuanto me pusieran por delante siempre y cuando no fuese pollo.

Naturalmente pronto me vi obligado a adentrarme por los vericuetos de ollas y sartenes con más quebrantos que éxitos. Cierto que los congelados y precocinados, las sopas de sobre y algunos otros ‘salvavidas’ como las conservas me iban sacando del paso. Freír un huevo, o cocer un puñado de arroz blanco con unos ajos y laurel si sabía hacerlo igual que cocer pasta y echarle por encima uno de esos botes de salsa ya preparada, pero me picaba la curiosidad (por no decir que me apretaba la necesidad) y me decidí a experimentar.

Vieja Magefesa

La olla y el recetario

Una amiga me había regalado con segundas un amplísimo recetario; con cupones de Pastas Gallo me hice con el Libro de la Pasta, muy resultón él, y con la olla Magefesa que heredé de mi Tata a su muerte venía un recetario breve pero muy completito y magníficamente bien explicado y que aún hoy considero como uno de los mejores pilares de mi amplia biblioteca de cocina.

Con estos mimbres comencé a hacer algunas cositas con más tropiezos que fortuna pero que me sirvieron para familiarizarme con ollas, sartenes, coladores y otros archiperres de cocina y como pollo en el nido de un pájaro intenté ya algún brevísimo revoloteo por cuenta propia para poder volar con mayor soltura y menos porrazos. Comencé por hacer algunas variaciones en las proporciones o los ingredientes de los platos descritos en el recetario de la olla exprés que era el más asimilable. Conseguí así hacer un día unas lentejas con mostaza de Dijon con muy buena factura que en un segundo intento variando algunas cosillas ganaron mucho con lo que quedé más que encantado de haberme conocido, al menos como factótum de las lentejas.

Y llegó un día en que en una oferta

Salchichas a la brasa

Parrillada de salchichas

me hice por cuatro cuartos con unas cuantas bolsas de salchichas tipo Frankfurt. A simple vista no aparentaban tener misterio, pensé yo, suponiendo que dándoles vuelta y vuelta a la plancha quedarían algo socarraditas y con sus preceptivos ketchup y mostaza quedarían buenamente comestibles como así sucedió. Pero luego una amiga me habló de que las salchichas (se refería, claro, a las salchichas de verdad) se pasaban un poco por la sartén y se cocían en vino y con eso era suficiente.

Dicho y hecho. Resultado: las frankfurt se abrieron, agrietaron y desparramaron sus interiores por la sartén. Fue entonces cuando decidí tirarme al río y hacer una ‘producción’ propia. Entonces aún nadie deconstruía cosas ni en mi pueblo había nitrógeno líquido, cápsulas de carbónico ni maravillas semejantes. Eso si, yo siempre he sido amante de las especias y cuando instalé mi primera y precaria cocina hice un buen acopio de todas las que encontré en distintos establecimientos de la capital. Y aunque Córdoba no ha destacado nunca por las delicatessen ni los exotismos si que conseguí reunir un mediano repertorio de especias que prometían brillantes toques clásicos, aromas de los mares del sur y fantasías de la India o Ceilán. Incluso cosas tales como la cúrcuma o la mostaza en polvo que jamás he llegado a usar.

Armado con este arsenal decidí dar un giro a las poco sabrosas salchichas frankfurt. Como primera medida hice un

Mercado de especias

Especias de todo tipo

sofrito con ajos y cebolla, troceé las salchichas en secciones de unos dos o tres centímetros, las añadí al sofrito dándoles unas vueltas y luego, para conjurar su natural sosería le añadí más o menos de todo lo que tenía en especias: clavos de olor, pimienta blanca y negra, tomillo, romero, orégano, hierbas provenzales, bayas de enebro… por echarle quiero recordar que hasta le añadí una pastilla de caldo para darles un punto algo más sabroso. Las regué con abundante vino blanco y lo dejé espesar. El resultado fue un mejunje incomestible que, creo yo que por efecto del tomillo, sabía más a medicina que a otra cosa. Destino final: la basura.

En un arranque de vergüenza torera unos días después repetí el experimento, variando en lo posible las especias y sustituyendo el vino de Montilla que había usado antes por un vino blanco de mesa. Nuevo fracaso y otra vez fue la basura quien devoró mi entrega culinaria. Nueva prueba y esta vez conseguí un magnífico guisote que mi amigo Paco (invitado a manera de cobaya) alabó sin remilgos y hasta rebañamos con pan la salsa que quedó en la sartén. Pero como mi memoria para estas cosas es traicionera la siguiente vez no acerté con los ingredientes adecuados y hubo nuevo fracaso y luego otros fracasos más, entreverados con algún acierto más o menos campanudo.

Versión actualizada del naufragio

Versión actualizada del naufragio

Como hasta ese momento en definitiva mi experiencia con las frankfurts había acabado en desastres, en verdaderos naufragios vaya, a la pócima la titulé como ‘Salchichas a lo Titánic’ por aquello del naufragio y las muchas víctimas (las salchichas eran las víctimas en este caso, que morirse no se me murió nadie).

Finalmente y tras varios naufragios y aciertos, he llegado componer un fórmula que resiste bien y, sin ser ninguna maravilla en algunos momentos me saca de un apuro o unas prisas. La receta no tiene misterio y además se hace sola sin tener que trabajar mucho: comienzo friendo unas láminas de ajo en aceite un tanto abundante, cuando comienzan a tomar color añado una buena cantidad de cebolla picada en medias lunas, unos granos de pimienta negra, un par de clavos de olor, algo de cayena o chile suave y una

Salchichas

Salchichas a lo Titánic

pulgarada de hierbas provenzales. Unas vueltas con la espátula para dorar la cebolla y agregar entonces un buen chorreón de vino, como medio litro, aunque yo, será por mis genes norteños, prefiero una cantidad igual de sidra asturian. Unas gotas de vinagre tampoco le vienen mal. Cuando ya cuece el vino o la sidra le añado una cucharadita de curry del que, según su calidad o procedencia le pongo más o menos. Si por la calidad de las salchichas queda soso el conjunto, lo rectifico con un poco, siempre poco, de Bobril o un chorrito de salsa de soja.

Ya sólo es cuestión de dejar que todo espese dándole alguna vuelta que otra con la paleta y así conseguiremos que unas Salchichas a lo Titánic pasen a ser unas salchichas a lo Queen Elizabeth. Bueno a lo mejor no es para tanto pero para el apaño funciona.

Francisco J. Aute


El aceite de oliva

En las comarcas rurales la vida se ordena naturalmente en torno al ciclo agrícola, y la relación y dependencia con la tierra y sus productos vertebran su cultura comarcana dentro de unos términos claramente definidos y hasta hace poco inmutables. Desde la más remota antigüedad el olivar y su cultivo son uno de los pilares de numerosas comarcas y parte esencial de su identidad.

Aceitunas
                          Aceitunas en la rama

Pese a esta invariabilidad a través del tiempo de nuestra forma de vida, ha habido una sutil evolución y cambio que se ha dado más en las materias que en los hábitos. Así, en algún momento se impuso el arado romano con reja y vertedera, sustituyendo a otros más primitivos tal y como en su momento las hoces de pedernal fueron relevadas por las de bronce. Igual que algunas especies americanas como el tomate o la patata, ahora son básicas en nuestros cultivos. De esta manera, pese a la acusada continuidad de los fundamentos campesinos  el sujeto de la agricultura puede ser hoy muy diferente del de hace quinientos, mil, o dos mil años. En la agricultura algunas pocas especies son las que nos unen directamente con los orígenes de esta actividad, el trigo, el olivo y la vid entre las más significadas, mientras que otras como el mijo, antaño de tan amplia difusión, han perdido su valor estratégico. Leer Más


Bajo el sol del membrillo

Conseguir dejar atrás este último y extraño, desaforado verano y temiendo lo que nos pueda reservar el otoño e incluso el invierno, me lo he tomado tan  mal que he pasado por una severa crisis cardíaca. Nada más comenzar el otoño un día cualquiera me sentí especialmente mal, lo que en preincipio achaqué a que la noche anterior en que unos amigos ne habían conminado a cenar su carne de membrillo casera con varias salsas y  aditamentos tales como nata nontada.

No era la primera vez que sentía ese ahogo, esa falta de fuerzas y ese malestar total. Ya me había sucedico varias veces a lo largo de la vida, la última pocos meses antes, estando de caza con un amigo.

Piconcillo y Albarrana

Cazando en la Sierra Albarrana

Presisamente una de mis aficiones es vagar por el campo sin rumbo fijo definitivamnte ya sin ir armado más de  una cámara porque la tremenda escasez de animales resultado de la sobrecaza, diversas epidemias y el  abandono y cegatez de la administración, el AMA orincipalmenete, han propiciado una casi desaparición de las especies menores en esta comarca del Alto Valle de del Guadiato y la Sierra Sevillana mientras que de las especies mayores aptas para monterías y cacerías de lujo ya se preocupan señoritos y grandes terratenientes.

En general cuando se apoderaba de mi esa mala sensación, esa asfixia y abatimiento, ese no poder moverme porque sentía pesar mil kilos y dado que solía tener bien la presión arterial,  había siempre achacado este síndrome a algún disgusto, a las habituales y repetidas putadas que me hacián los jefes cuando trabajaba de informático en unas minas de carbón, o a particulares circunstancias adversas de  mi vida diaria porque, la verdad sea dicha, nunca me había pasado algo asi salvo en circunstancias que podía siempre relacionar con episodios desgradables del diario discurrir: cabreos, sofocones, malos tragos o a un me cago en tal… y, alguna que otra vez , lo siento, con la carne de membrillo  en mi infancia.

En esta ocasión le achaqué mis males a la anterior, y obligada por amistad, ingesta de carne de membrillo que desde niño he abominado, pero me sentí tan mal que, pese a mis habituales retitencias, fui a médico el cual me diagnosticó una severa fibrilación auricular. Yo no se muy bien que es eso por que lo mio, en cuestiones biológicas, son más la botánica, las setas, los avechuchos y la cocina  antes que la medicina.

Al final y ante mi renuencia el médico me llevó por las orejas hasta el hospital local donde me apreciarón unas pulsaciones de hasta 210 pss lo que al parecer era algo verdaderamente serio. Me cogieron una vía y a través de ella, y también por vía oral, me perfundieron misteriosas y alquímicas que, no sin dificultad y cierto esfuerzo mental por mi parte y mucho más por parte de los sanitarios, consiguieron reducir las desatadas ínfulas de mi músculo cardíaco. Así me tu ve que ver durante unas horas como un marciano,

-fibrilación hospital

Tras el susto me recupero en el Hospital Alto Guadiato

conectado a toda clase de cables y tubos y totalmente rodeado de pantallas y de máqinas de esas que hacen bip-bip. Todo por culpa del mardito dulce de membrillo.

Pese a mis sospechas sobre el dulce de membrillo de la noche anterior, el equipo médico que me trató me explicó que este síndrome se debe a una mala desposición de la circuitería eléctrica que gobierna el corazón y que seguramente hay algún ramal duplicado o mal conectado que, cuando le peta, se dispara y manda más corriente o impulsos eléctricos de los debido y así el corazón se pone a cien. A cien o a doscientos.

Tras superar un extraño verano y superar también la severa crisis cardíaca con la que lo coroné, resulta que estamos ya fatigando a octubre y llegaron ya las primeras lluvias y los días más frescos. Claro que antes tuvimos que zigzaguear por los últimos días de septiembre bajo el picajoso sol del membrillo. Sí, este puñado de días septembrinos de calores pertinaces en los que el otoño juega a ser verano tienen varios remoquetes según las regiones. El más común es el de veranillo de san Miguel porque dicho santo se celebra el día veintinueve de septiembre pero también es popular es el de veranillo del membrillo, porque los membrillos, la fruta de oro de griegos y romanos, terminan de madurar en estos días.
San Miguel es el día en que tradicionalmente finaliza el año agrícola y se dan por terminados los arriendos de las tierras, se pagan las rentas de colonatos y aparcerías y, como última dádiva de la tierra que ya se prepara para la invernada, los membrillos están en sazón y con ellos se cierra también el año de los frutos. Quizás esta misma condición otoñal del membrillo, el saber fructificar cuando ya todo está agostado, fue lo que lo convirtió para nuestros antepasados griegos en un fruto afortunado que comunicaba suerte a quien lo comía y que ayudaba a las mujeres a seducir a sus amados. Por eso a Afrodita siempre se la representaba con un membrillo en la mano derecha y las novias, en la noche de bodas perfumaban, con él sus besos.

mebrillos de la Cardenchosilla

Las Patúas. Membrillos madurando en el árbol

Las Patúas

Membrillares en Las Patúas. (Valseqillo)

Hoy, el membrillo, por su ácido bocado y la áspera textura de su carne se ha convertido en el pariente pobre de las frutas y es raro verlo asomar por las fruterías, incluso en muchas ocasiones vemos como en las huertas o junto a los caminos los membrillos se pudren en las ramas de los membrilleros o tirados por tierra bajo ellos.

Antigua lata de dulce de mebrillo Sann Lorenzo. (Foto:todocoleccion.net)

Antigua lata de dulce de mebrillo Sann Lorenzo. (Foto:todocoleccion.net)

Por esta misma acritud de los membrillos su aprovechamiento culinario casi se reduce solamente a compotas, mermeladas o la celebérrima carne de membrillo que pobló las infancias de quienes ahora ya quisiéramos tener menos canas que peinar. Aquellas carnes de membrillo indisociables de las meriendas, todas hechas en Puente Genil, Córdoba, venían envasadas en unas muy aparentes cajas de hojalata que por lo general venían ilustradas con escenas del Quijote. Bueno, muchas había que representaban a san Lorenzo tan ricamente adosado a su parrilla o imágenes de algunas de estas vírgenes camineras gran devoción popular, pero las escenas quijotescas eran fundamentales ya que, cuando Sancho Panza fue gobernador de la ínsula de Barataria, para mortificación de sus hambres, el doctor Tirteafuera, mandaba retirar de la mesa las ollas podridas, capones y estofados, permitiéndole a Sancho tomar sólo tomar unas tajadas de dulce de membrillo del que afirmaba Tirteafuera que era un alimento todoterreno y sin malicia.

Sancho Tirteafuera

Sancho Panza y Tirteafuera ilustrados en una lata de dulce d membrillo

Lo cierto es que a mí nunca me gustaron ni la carne de membrillo ni el Quijote. El Quijote porque, a mis nueve años, me torturaron largamente con él a base de interminables dictados que mi dislexia y mi escaso castellano escrito convirtieron en episodios sangrientos y, el dulce de membrillo porque nunca he podido con los sabores dulces y mucho menos con las viandas pegajosas. Aún así obligado estoy a reconocer el mérito de quienes saben transformar los agraces membrillos en alimento tan agradecido que el mismo Tirteafuera, ayatolá de la nutrición, recomendara encarecidamente y que, a lo que parece, incluso san Lorenzo se decidió por servir carne de membrillo como guarnición para tan santa barbacoa como lo fueron sus carnes.

Bien, se supone que esto es un artículo gastronómico donde un servidor les propone como hacer una berenjenas en vinagre al estilo de la Chacha Adelina, como oficiar un venado a la mode del furtivo o, más íntimamente, como guisar al gato por eso de la crisis. Pero no, que para crisis la mía, la cardíaca, y claro, ahora con el corazón partío no me voy a poner a dar recetas del dulce de membrillo que además no me gusta; se la buscan ustedes en los interneses que para eso están, que así por encima, con el google, hay como 113.000 entradas. Favor que ustedes me hacen si se lo miran solitos y, como si es de esperar, muchos de los lectores tienen inmemoriales recetas familiares para componer membrillos, pues también, si quieren y les peta, me las pueden enviar que yo las atesoraré debidamente.
Y es que después de un episodio como este mío las cosas cambian como también vamos cambiando con la edad. Yo me di cuenta de que envejecía cuando además de encontrar atractivas a las veinteañeras caí en la cuenta de que también me resultaban atractivas sus madres. Grave. También hace un par de años conseguí leerme el Quijote desde la A hasta la Z y hasta me reí con él así, que tal vez llegue a gustarme la carne de membrillo, tal vez para cuando profese en la lamasería tibetana que me tengo pedida, aunque hay algo que me asusta más: con los años, con los turbios años, hasta está empezando a gustarme la copla y eso de que me pueda gustar la copla tengo que hacer que me lo miren… porque en mi, eso de la copla, no es serio, no.

Francisco J. Aute


Las gulas de Teresa Rivero

Es esta una receta de la que no conozco su alcance pero que imagino que puede ser muy amplio. La escuché, mientras conducía en una entrevista a doña Teresa Rivero, dueña del equipo futbolístico del Rayo Vallecano y fecunda esposa del atrabilario, desposeído, fantasmón y medio exorcista empresario Ruiz Mateos, de sobra conocido por sus andanzas, rey del ‘que-te-pego-leches’ y otros hechos y sucedidos pero que supo ganarse, en su momento, las simpatías populares al contrario que su expropiador y adláteres.

Rayo Vallecano

Teresa Rivero en el palco

Decía doña Teresa que pese a tener ella más de una docena de hijos o por ahí, nunca fue amante de la cocina ni sabía mucho sobre el tema y es que, claro, con una familia de esas dimensiones la vivienda conyugal tendría más de fonda que de hogar y, disponiendo de posibles, ya alcanzaría a tener las ayudas necesarias. Siendo la dueña del Rayo este necesitaría más atención que los pucheros familiares máxime cuando ella ya debía tener colocados a todos sus vástagos.

Culas

Gulas: una falsificación afortunada

La receta que oí por la radio, por sencilla y apetitosa (hoy mismo la he hecho porque no tenía ganas de complicarme) es bien fácil y sencilla. Aunque las explicaciones de la presidenta del Rayo no fueron muy prolijas tampoco hacía falta más para ponerla en práctica. Yo la he interpretado de la siguiente manera con muy buenos resultados:

Los procesos e ingredientes son sencillos: se cuecen unos espaguetis partidos en tres o cuatro trozos hasta que estén un poco más pasados que ‘al dente’. En aceite bien abundante se fríen rodajas de ajo en generosa cantidad y alguna cayena y cuando los ajos estén casi dorados se añade una porción de gulas congeladas. Sin dejar de remover de cuando en cuando, las gulas que estarán hechas un bloque se irán separado y es entonces el momento de incorporar los espaguetis cocidos y un puñado de gambas peladas  que un rato antes o casi en el momento estuvieron también congeladas pero que habremos pasado por un poco de agua fría para evitar que el hielo que se suele formar nos salpique de aceite en la sartén. Se sala y sele  dan las vueltas necesarias con la espumadera para que la pasta no se agarre al fondo,

pasta y gulas

Pasta con gulas al ajillo

Cuando el combinado entre en calor y color, se sazona  y a la mesa. Resulta sabroso, fácil de embuchar y llena lo suficiente como para no sentir ganas de repetir mucho o acudir a los quesos. Como vemos es fácil y sencillo. Ortodoxo. Sólo me queda una duda: si las gulas (denominación dada con todas las mañas y malas intenciones del mundo a ésta más que sicalípítica  manera de aprovechar lo casi inaprovechable del pescado) son realmente pescado y no están hechas con las carnes de jubilados japoneses a los que no saben donde ponerlos ni cómo pagarles una pensión vitalicia,  y es que si lo pensamos un poco  parece que ya los españoles, los funcionarios ante todo, estamos llegando al proceso de ‘gulización’. Que Buda nos pille confesados.

Francisco J. Aute