Altramuces

Altramuz ¡Qué palabra tan hermosa, tan antigua, tan amarilla y salobre! Altramuces de mi infancia que llenaban de oro el lebrillo en que mi abuelo los preparaba y que brillaban deleitosos y tentadores bajo la luz de la ventana de la cocina, invitando a ser comidos, pero había reglas y ritos que guardar y que mi abuelo, metódico como pocos, guardaba rigurosamente. Luego hablaremos de las tales reglas.

Altramuces sin preparar

Altramuces sin preparar

Sería difícil negar una etimología árabe al altramuz, su mero rumor evoca necesariamente antiguas jornadas campesinas de labriegos con túnicas y turbantes, pero curiosamente altramuz deriva del hispano árabe attarmús corrupción de turmus palabra que el árabe clásico tomó prestada del griego θέρμος que vaya usted a saber si significa altramuz o alude a churros y jeringos… También el altramuz tiene por nombre más vulgar el de ‘chocho’ pero no por eso que usted, lector, evocando razones taxonómicas pueda pícaramente estar pensando o, si es de buena familia, frunciendo el sobrecejo reprobatoriamente, porque chocho es palabra muy antigua tomada del mozárabe šóš que se originó a partir de latín salsus, es decir, salado que es como se preparan los altramuces, lo que nos hace recordar que en la campiña cordobesa y otras muchas comarcas andaluzas ni se llaman altramuces ni chochos, si no simplemente saladillos’.

El altramuz es el Lupinus Albus y es una leguminosa de la familia de las papilionáceas, como los guisantes, las lentejas o los garbanzos. El altramuz es una especie anual y su raíz profunda puede alcanzar en condiciones favorables hasta dos metros de profundidad lo que les permite de extraer agua y nutrientes del subsuelo incluso durante las peores sequías. Que eso si que es alta tecnología y no las máquinas de matar marcianos. Precisamente esta resistencia a la sequía es por lo que sembraban abundantemente en los años secos y en terrenos poco ricos o muy extenuados por las siembras ya que el altramuz, como otras muchas leguminosas, tiene una gran capacidad para fijar nitrógeno en el suelo devolviéndole así la fertilidad.

Altramuz silvestre o moruno

Altramuz silvestre o moruno

Aunque hay más de cuatrocientas cincuenta especies dentro del género de los lupinus, sólo el albus es realmente comestible para los humanos y es una especie claramente circunmediterránea, por esto los altramuces son totalmente desconocidos lejos de las costas mediterráneas. Sin ir más lejos en España, en la Cornisa Cantábrica son poco habituales y en países como Alemania, Bélgica o el norte de Francia sólo han comenzado a verse tras las continua e imparables invasiones magrebíes, aunque todavía no han conseguido éxito entre los verdaderos nativos.

Las cosechas de altramuces se destinaban a forraje del ganado que lo come con deleite, pero como ya sabemos que los altramuces secos son muy duros y extremadamente amargos en las fincas se disponía de endulzaderos o pequeñas albercas donde los altramuces eran puestos en remojo durante un día o dos para que se rehidratasen. Tras esto pasaban a una gran caldera, como para guisar misioneros, asentada sobre un horno circular semienterrado y los altramuces eran cocidos hasta que quedaban blandos. Después eran pasados a nuevas albercas donde se les cambiaba el agua con frecuencia hasta que perdían el amargor. Tras ser secados en las eras eran envasados en costales para forraje. Estos trabajos solían ocupar todo el mes de septiembre en el que generalmente poco hay  que hacer en el campo.

Se le atribuyen al altramuz diversas virtudes medicinales y hay quien afirma que tragarse (porque eso no hay quién lo mastique) tres o cuatro altramuces secos por la mañana es mano de santo para el colesterol. Cosa que yo no aconsejaría porque los altramuces sin endulzar contienen ciertos alcaloides neurotóxicos que podrían liberarse en el intestino, aunque dada su sequedad y dureza lo más probable es que se eliminen tal cual se ingirieron. Claro que ahora estamos todos con los colesteroles pero así, entre nosotros y en petit comité, les diré que el verdadero poder del altramuz es el de ser un eficaz abortivo para lo que fue usado desde tiempos inmemoriales. Recuerdo como en una visita al monasterio de Silos, hace ya muchos años, en su famosa farmacia estaba expuesto un milenario tratado de medicina profusamente ilustrado, pero por azar o por desconocimiento el libro estaba abierto por una página donde se representaba a una impúdica embarazada con la vagina a rebosar de altramuces…

Como no hay nada más tonificante y vigorizante que practicar el sillón-bol delante de la tele bien pertrechado de cervezas y picoteando altramuces, diremos cuales son los ritos y arcanos para no tener que comprar altramuces envasados, siempre duros y endulzados con alquimia y no con agua y paciencia.

Altramuces listos para consumir

Altramuces listos para consumir

Pondremos en un cacharro con agua, un lebrillo es ideal, la cantidad de altramuces secos deseada teniendo siempre en cuenta que aumentarán bastante su volumen, lo duplicarán al menos. Cambiamos el agua al dos o más veces al día y pasados un día o dos el altramuz ya estará hidratado y terso habiendo adquirido una hermosa tonalidad amarilla. Aún así su carne estará dura y muy amarga por lo que hay que proceder a cocerlos  hasta que queden muy tiernos y la piel se desprenda con facilidad. Es de mucha  utilidad el cocerlos en varias aguas. Cómo aún quedarán amargos hay que dejarlos en remojo durante unos días más cambiándoles el agua con frecuencia. Cuando ya hayan perdido todo su amargor es el momento deguisarlos’, es decir añadirles abundante sal que el altramuz absorberá en apenas veinticuatro horas con lo que ya podremos disfrutar de algo tan sencillo y de tan fino paladar porque aunque en él predomine la sal, si ponemos atención encontraremos sutiles aromas campestres y atrufados que lo hacen muy grato. ¡Ah! y además tienen bastante omega-3 de esa que tanto cacarean los anuncios como tríaca moderna.

Francisco J. Aute

Algunas fotos históricas tomadas (sin permiso tácito) del libro «Faenas camperas» de Bartolomé Fernández Ronquillo

Endulzadero de un cortijo

Endulzadero de un cortijo. foto B. Fernández Ronquillo

Horno para la caldera. foto B: Fernández Ronquillo

Horno para la caldera. foto B: Fernández Ronquillo

 

Caldera para altramuces. foto B. Fernández Ronquillo

Caldera para altramuces. foto B. Fernández Ronquillo


Las berenjenas en vinagre de la chacha Adelina

Sabido es que “en el tiempo de la berenjena, la mujer pierde la melena”, tiempo que es el verano, verano que ya terminó llevándose consigo algunas de las pequeñas cosas que nos recordaban que estábamos en tiempo de diversión y vacaciones. De estas pequeñas cosas propias del verano yo recuerdo especialmente las berenjenas en vinagre que en mi pueblo solían aparecer cuando los primeros calores comenzaban a tornarse algo más serios.

Berenjena de vinagre

Berenjena para vinagre

A mediodía en el paseo y por las tardes a la puerta del cine hacía su aparición una mujer bigotuda y malcarada que, vestida de un severo luto apenas aliviado por un abundante repertorio de manchas y lamparones, armaba su puesto de chucherías donde también vendía berenjenas en vinagre cuando llegaba la sazón para este fruto. Allí acudíamos los críos para, por diez reales, contemplar con una cierta repugnancia muy atemperada por el deseo, como aquella hosca mujer arremangándose introducía el brazo hasta el codo en la orza que guardaba el encurtido y allí buceaba hasta pescar una berenjena que si la suerte era propicia tenía un buen tamaño, si no, reclamábamos hasta que una nueva sesión de buceo nos traía otra pequeña pieza para así, entre las dos, darnos por satisfechos. Las berenjenas estaban hendidas y rellenas de un casi impalpable trozo de pimiento asado, sujeto por un mondadientes que las atravesaba.

Las tales berenjenas, de recia raigambre manchega, en todas partes son conocidas pero casi siempre como fruto de un tarro de cristal o de una lata, aunque aún hoy, vendedores ambulantes, de Almagro la mayoría, siguen llevando sus orzas de berenjenas por ferias y mercadillos. En casa, llegadas las vacaciones de verano, la hermana de mi madre nos obsequiaba todos los años con una buena pota de estas berenjenas, pero las de mi tía tenían algo especial, distinto, que las hacía diferentes y mucho más sabrosas que cualesquiera otras que se pudieran encontrar por ahí, y es que estaban oficiadas según la receta y la técnica de la Chacha Adelina, mujer oriunda de Almodóvar del Campo que con su riqueza en folklores y milenarias sapiencias culinarias aplicó un oportuno reciclaje en pitanzas más meridionales a los ásperos fogones norteños de mi familia dándoles así un punto de más color y calidez. Leer Más