Gastrónomos de renombril

Jean Anthelme Savarin

          J. A. Brillat-Savarin

Antes, cuando comíamos para sobrevivir, todo era bueno. Recordemos si no aquella cita del reputado humanista del XVI, Orgasmo de Ámsterdam, cuya autoridad suele ser reconocida en estos temas: ‘Quod cras servatur, a catta saepe voratur’ que viene a ser lo que en román paladino decía Sancho Panza, gran perito en gazuzas: ‘el hambre es la mejor de las salsas’.

Otro perito, esta vez en tragonías, Brillat Savarin dijo aquello de ‘somos lo que comemos’ ¿y qué se es cuando no se come? Está claro: español de los de antes. El saber popular lo apostilla con dichos como aquellos de ‘a buen hambre no hay pan duro’ (y puedo dar fe de ello). De refranes y dichos hay miles: ‘nunca engaña el bostezo: o es de hambre o es de sueño’, ‘quien hambre tiene en pan piensa’ y así…, sin olvidarnos de aquello de que ‘el hambre es mala consejera’.

 Basta con hacer un poco de historia para enseguida descubrir que el verdadero  patrimonio inmaterial de nuestra nación ha sido por muchos siglos el hambre. Tras el affaire aquel de Babel cuando hubo que montar a toda prisa el Instituto Cervantes, la Alianza Francesa y la Academia Británica para luego esparcirse por la faz de la tierra, cada tribu, clan o raza se asentó según sus afinidades por donde buenamente pudo, surgiendo así los pueblos y las nacionalidades, cada una de ellas con sus propias señas de identidad. Así, si los holandeses andan todo el día trajinando con molinos y tulipanes pues los suizos presumen de sus quesos y sus discretos bancos. A los tiroleses, por ejemplo, es fácil identificarlos porque sienten a todas horas un irresistible deseo de bailar con calzones de cuero dándose palmadas en los muslos…  ¿Y España? ¿Cuál es nuestra verdadera seña de identidad? Para mí no cabe duda: España siempre fue el País del Hambre. Ya fuésemos celtas, íberos, romanos o moros según el momento, aquí reinaron sin paréntesis las hambrunas, el hambre canina, las hambres calagurritanas (El hambre calagurritana es una expresión que alude a la tremenda necesidad que se pasó en Calahorra cuando fueron estrechamente cercados por un ejército de Pompeyo. Tanta fue el hambre que llegaron a sacrificar a los más débiles para devorarlos aunque uno en su ignorancia pueblerina cree que hubiese sido más práctico comerse primero a los más gorditos…) De todas la más grande, la más fea y la que más debe avergonzarnos es el hambre del maestro de escuela. No es que tengamos hambre atrasada es que tenemos hambre fósil.

Ahora que somos la no se cuánta economía mundial y antes de que el señor Zapatero descubriese que ‘aquí no hay crisis’ nos habíamos vuelto un país de Gargantúas, un país donde habíamos pasado de las hambres pretéritas a las mandíbulas desencajadas y las grandes tragonías. El segundo o tercer país del mundo occidental donde la obesidad campaba más a sus anchas.

Esto de los gastrónomos no es un lugrar comunmente trillado por mi, es más nisiquier estoy seguro de para que sirven los gstrónomos, o los señores eso que ponene estrellas, tenedores y los que se les courra después de habir papeado supuestamente de incognito en un restaurante postinero. A mi con la comida me pasa como con el arte: cuando en Madrida a veces suele econtrarme con un par de horaslibres o tres, generalmente porque por precavido he sacado los billetes del AVE sin saber a ciencia cierta cuando terminaria con is deberes capitalinos. Aunque si el tiempo es suficiente voy al Prado y me recorro una o dos salas de sus galerias. Sólo una o dos para saborearlas laentamente y luego en un salto esoy ya encaramado al AVE. Si el tiempo es más corto y tengo ánmos empleo el tiempo en subir la Cuesta Moyano y la voy bajando de caseta en caseta espetando al encargado siempeel mismo soniquete: ‘buen hombre ¿no tendrá usted por casualidad libros de temas ferroviarios? y si os hay, tras consultar mi chuletapara no comprar nuevamente algo repetido me voy hasta Atocha ufano y feliz deseando que el tren  arranque para hojear misnuevas adquisiciones.

Otras veces me hapicado el bicho de la moderidad y me he zambullido en los miles de metros que el Museo Nacioanal de Arte Moderno tiene casi pisando las ventanas de Atocha. Siempre slago de allí

– El pastor como gastrónomo